Tuesday, December 27, 2005

Rodeado

Cruje la puerta al girar el pomo. Siempre queda un poco de ese olor cerrado, porque no suele entrar casi nadie. Yo tengo la costumbre de pasarme por ahí cada vez que voy al pueblo, aunque siempre lo hago a escondidas. Es la primera salita a la derecha del pasillo de entrada. Mi abuela ha llenado esa habitación de fotos cada una enmarcada. Las bodas de sus hijos, la de sus padres, sus suegros, la suya propia, las primeras sonrisas de mi primita Ana, imágenes de sus cuatro nietas, sus cuatro nietos, la graduación de mi prima, la foto de la orla de instituto de mi hermano, la mía... su pasado, su familia, su tesoro. Me la imagino cada tarde cuando vuelve del cementerio, repasando todos los ojos que ahí la contemplan, quitándole el polvo a los marcos, sintiéndose tan acompañada como cuando nos llama por teléfono o durante Nochebuena en que media familia va a cenar en ese salón donde generalmente se oye el tic-tac del antiguo reloj de pared que se resiste a pararse. Ayer, como de costumbre y aprovechando que te echaba de menos, me volví a dejar caer por ahí para acompañarme de los que no estaban y los que nunca ví, y por un momento, me apeteció que aquellas instantáneas fueran túneles del tiempo que nos permitieran hacer una breve visita al momento en que alguien inmortalizó todas esas sonrisas.

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