Al hilo de algunas noticias que han salido últimamente sobre la crisis del planeta, acabo de leer esta carta de Luis Del Val.
Querido vecino: Si nos cuesta mucho pensar que destrozar una marquesina de autobús de la ciudad en la que habitamos es bastante parecido a destrozar un sofá de nuestra casa, no te digo nada el esfuerzo imaginativo que es preciso llevar a cabo para admitir que el planeta es un hogar común, por el que pasamos como inquilinos mientras respiramos, pero que luego será ocupado por otros inquilinos que también tendrán que ejercer el relevo. Y, a lo que parece, cada generación que pasa por esta inmensa mansión llamada Tierra se carga una mesa, el otro destroza una silla, el de más allá deja secas las macetas, y la verdad es que la casa se está quedando hecha unos zorros, si es que no desaparecen los zorros.
En Derecho el término adecuado sería usufructo. Usufructuamos el planeta, pero no es nuestro, no es de nuestra propiedad, sino que pertenece a la especie y tenemos la obligación de dejar el apartamento, al menos como lo encontramos.
No parece que sea así. Y lo malo es que rompes una silla del piso amueblado que has alquilado y se puede fabricar otra silla similar, quiero decir, que se puede reponer, pero desaparece una flor, un pez, un ave, un crustáceo y, por mucho que haya avanzado la genética, es imposible poder reponer lo desaparecido.
Somos la única especie capaz de transformar el paisaje, pero también somos los únicos que destrozamos el piso que estamos habitando, sin que nos llame demasiado la atención. Somos los más racionales y, a la vez, los que actuamos de manera más irracional con el medio ambiente, o habría que decir “contra” el medio ambiente. No hay motivos para el optimismo. De la misma manera que las ciudades las deterioran los ciudadanos, como si no vivieran en ellas, de la misma forma aniquilamos seres vivos que no se pueden restaurar, porque el gran almacén es precisamente este planeta.
